Una de las primeras
incógnitas que surgen en cualquier embarazo y especialmente durante las
primeras semanas de gestación es el sexo del bebé. ¿Es niño o niña? Es la
pregunta más usual cada vez que la futura mamá comunica a alguien su estado de
buena esperanza.
Antiguamente dicha
respuesta era uno de los enigmas más fascinantes de todo el proceso y los
futuros papás sólo veían resuelto el misterio tras ver aparecer a su esperado
bebé en el momento del parto. Con tanta intriga, no es de extrañar que entre
nuestras abuelas y bisabuelas se extendieran todo tipo de especulaciones y creencias
populares, relacionadas con la forma de la barriga (si era puntiaguda era un
niño, si era redondeada era niña; si estaba alta era niño, si era baja, niña);
el aspecto y belleza de la futura mamá (si durante el embarazo la madre
aparecía radiante y favorecida se decía que sería un niño, si en cambio se veía
demacrada y desmejorada era niña); o el tipo de antojos (si el antojo era de
algo dulce, era niña; si era salado, niño), entre otros muchísimos mitos
propios, a mi juicio, del folclore popular.
Afortunadamente, la
ciencia y las técnicas de diagnóstico prenatal han avanzado mucho desde
entonces y, hoy por hoy, aunque no podemos conocer el sexo del bebé desde el
mismo instante de la fecundación (momento a partir del cual se determina el
sexo masculino o femenino en función de la presencia o no del cromosoma Y en el
espermatozoide), sí podemos saberlo casi a ciencia cierta a partir de las 14
semanas a través de una ecografía o, con total exactitud, mediante la
amniocentesis (a las 15 semanas de gestación) o la
biopsia corial (entre las semanas 10 y 14).
Hasta ese momento
todo serán especulaciones tanto dentro como fuera del seno familiar y, sin
duda, la pregunta más frecuente será ¿Y tú qué prefieres?
No hay comentarios:
Publicar un comentario